October 18, 2006 | Translation of Scripps Howard News Service

Una clase distinta de guerra

Los generales prefieren luchan la guerra anterior por una buena razón: La guerra anterior puede ser estudiada y entendida. Por el contrario, en el conflicto del momento parece que nos movemos luchando contra un fantasma en medio de una neblina.

Ni siquiera le podemos dar nombre a esta guerra. ¿Es realmente una “guerra global contra el terrorismo”? ¿Es Irak – lugar en el que los terroristas matan a civiles todos los días – parte de esa guerra o no? ¿Y quién es el enemigo? ¿Son terroristas o “hombres armados” o islamistas militantes o islamofascistas o yihadistas radicales? Parece como que no lo supiéramos, o por lo menos como que no nos podemos poner de acuerdo en las respuestas.

Las guerras previas eran menos ambiguas. Ciertamente, sus resultados eran concluyentes. Cuando Robert E. Lee le entregó su espada a Ulysses S. Grant, no podía haber disputa alguna sobre quién había sido el vencedor. Cuando alemanes y japoneses se rindieron, los Aliados pudieron bailar confiados en las calles.
 
Hoy, la victoria y la derrota en los conflictos como el recientemente librado en el Líbano es cuestión de debate. Para decirlo de otra forma: El que gana el choque de armas se determina por el que gana el choque de ideas y percepciones.
 
En esta guerra, el campo de batalla físico no es tan importante como alguna vez lo fue. Ésos librando lo que llaman una guerra santa contra Estados Unidos tienen como objetivo, sólo de forma oportunista, a los soldados uniformados, más a menudo están felices de matar civiles. 

Puede que eso no gane corazones pero sí que debilita la firmeza, sí que atemoriza a la gente hasta la sumisión. Igualmente, los terroristas están creando imágenes que saben muy bien que los medios las distribuirán por ellos, de forma instantánea y al mundo entero gracias a la llegada de la televisión de 24 horas por cable, satélite e Internet.

Esas imágenes llevan la intención de ir minando la voluntad política de americanos y europeos. Resulta que los estrategas del Pentágono estaban equivocados: La forma más efectiva de producir “conmoción y pavor” no es con fuegos artificiales en los cielos sino con cadáveres en las calles.
 
Hace pocos días, The Lancet, una revista médica, publicó un estudio que sugería que por lo menos el 5% de la población iraquí había sido asesinada y herida durante los dos últimos años. La metodología del estudio ha sido cuestionada y su sentido de la oportunidad para publicarla se ha criticado como partidista. Pero lo que es más revelador es el vuelco de percepción, la implicacion de que los americanos – no los suicidas ni aquellos que los envían – deberían ser vistos como responsables de la carniería.
Una y otra vez he oído a periodistas afirmar que si el número de bajas se acerca a lo que The Lancet calcula, eso le da más peso a los argumentos para una rápida retirada americana de Irak.

Raramente se discute sobre la posibilidad de que – a pesar de lo grave que la situación pueda ser ahora – sería peor dejar a los iraquíes pacíficos a la dulce merced de terroristas extranjeros, insurgentes sadamitas y milicias sectarias que han estado cometiendo matanzas.

Y a esto también se da escasa atención: ¿Cuántos de aquellos muertos pueden haber sido terroristas extranjeros, insurgentes sadamitas y miembros de milicias sectarias?

Una de las razones por las que estas preguntas pueden ser omitidas es que, con Irak, los medios de comunicación han adoptado la extraña práctica de no nombrar a los perpetradores de los asesinatos a menos que dé la casualidad que los perpetradores sean americanos. Tal y como el académico Michael Rubin ha señalado, el uso de la voz pasiva se ha convertido en rutina para los medios de comunicación. Por ejemplo una historia reciente de McClatchy decía: “Casi 2.700 civiles iraquíes fueron asesinados en la ciudad durante el mes de Septiembre”.
 
“Bueno, ¿y quién los mató?” preguntaba Rubin. “¿Insurgentes baazistas o milicias apoyadas por Irán? Si el público lee que milicias apoyadas por Irán mataron a casi 2.700 civiles, quizá podríamos sentirnos menos inclinados a recompensar a sus asesinos”.
 
Otro ejemplo, éste es del New York Times: “La mayoría de los 500 trabajadores municipales que han sido asesinados desde 2005 eran recogedores de basura”. Rubin señala: “Otra vez, alguien cometió el asesinato. ¿Por qué esconderlo? Es importante saber contra lo que nos estamos enfrentándo”.

El no identificar a los asesinos dificulta que la gente dirija su rabia contra ellos y facilita que la dirija contra los americanos. ¿Ha habido alguna vez antes una guerra en la que los periodistas le den semejante regalo a los enemigos de su país?

Pero esta guerra es distinta. En esta guerra, las balas y las bombas se usan, como mínimo, para mandar mensajes así como para matar y mutilar. Y los medios de comunicación están a favor de la manipulación. Un lado hace completo uso de esos cambios. Los líderes políticos americanos parecen no comprender por completo todavía contra lo que se enfrentan; y mucho menos que hayan empezado a responder eficazmente.
 
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias.